Un sorpresivo pronunciamiento del presidente de EE. UU., Donald Trump, pidiendo la renuncia “inmediata” del director ejecutivo de Intel desató turbulencias en los mercados financieros y ha generado preocupación hasta en Costa Rica, donde la empresa tecnológica tiene operaciones importantes. Trump acusó al CEO de Intel, Lip-Bu Tan, de estar “altamente en conflictos de interés” por sus inversiones en empresas chinas, lo que provocó una caída de casi 3 % en las acciones de Intel y abrió un inusual capítulo de intervención política en la conducción de una corporación privada. El episodio ocurre en medio de tensiones económicas y tecnológicas entre Washington y Beijing, y justo después de que Intel anunciara el cierre de parte de sus operaciones en Costa Rica, avivando temores sobre el impacto local de las decisiones corporativas globales.
Trump acusa “conflictos de interés” por vínculos con China
La controversia estalló la mañana del jueves cuando Trump publicó en su red social un mensaje directo contra el máximo ejecutivo de Intel. “El CEO de INTEL está altamente comprometido y debe renunciar, inmediatamente. No hay otra solución a este problema”, escribió el presidente, calificando a Lip-Bu Tan de tener serios conflictos de interés y exigiendo su salida inmediata. La acusación de Trump se basa en reportes de prensa y preocupaciones en el Congreso sobre los vínculos financieros de Tan con el sector tecnológico de China. En abril, una investigación de Reuters reveló que Tan, quien asumió la jefatura de Intel en marzo de este año, había invertido al menos US$200 millones en cientos de empresas chinas de manufactura avanzada y semiconductores entre 2012 y 2024, incluyendo compañías ligadas al Ejército Popular de Liberación.
El señalamiento de posibles conflictos de interés fue amplificado esta semana por el senador republicano Tom Cotton, presidente del Comité de Inteligencia del Senado. Cotton envió una carta al director de la junta directiva de Intel, Frank Yeary, cuestionando la contratación de Tan y preguntando si se le exigió desvincularse de sus inversiones en firmas chinas vinculadas al ejército o al Partido Comunista. En particular, el senador destacó el caso de Cadence Design Systems, la compañía que Tan dirigió por más de una década, la cual recientemente se declaró culpable de violar controles de exportación por vender tecnología a una universidad militar china, hecho que derivó en multas por US$140 millones. Cotton afirmó que “al menos ocho” de las empresas respaldadas por Tan tienen lazos con el ejército chino, y advirtió que Intel “le debe una explicación al Congreso”. Estas inquietudes informaciones reflejan el telón de fondo geopolítico: Estados Unidos y China compiten ferozmente por la supremacía tecnológica, y Washington teme que inversiones o colaboraciones con entidades chinas puedan traducirse en riesgos para la seguridad nacional (como robo de propiedad intelectual o vulneración de cadenas de suministro críticas).
Trump, que ha hecho de la rivalidad con China y el impulso a la manufactura local pilares de su agenda “America First”, no aportó evidencias nuevas más allá de los reportes existentes, pero su mensaje marcó un hecho inusual: es extraordinario que un presidente de EE. UU. intervenga públicamente para pedir la destitución de un CEO de una empresa privada. “Sería un precedente muy desafortunado; no queremos que los presidentes dicten quién dirige las compañías”, opinó Phil Blancato, ejecutivo de una firma de inversiones, aunque reconoció que la voz de Trump “tiene peso”. Otros observadores interpretan la movida como parte de la dura postura de Trump hacia China: “Es otra señal de que se toma muy en serio el intento de traer los negocios de vuelta a EE. UU.”, señaló David Wagner, gestor de un fondo accionista de Intel. Un funcionario de la Casa Blanca respaldó la presión ejercida, subrayando que Trump “permanece plenamente comprometido con salvaguardar la seguridad nacional y económica” de EE. UU., incluyendo asegurarse de que “empresas icónicas en sectores punta estén dirigidas por hombres y mujeres dignos de la confianza de los estadounidenses”.
Caos bursátil y debate por la intromisión presidencial
La inmediata consecuencia del mensaje de Trump fue un temblor en Wall Street para Intel. Apenas se dio a conocer la publicación en Truth Social, las acciones de Intel se desplomaron cerca de 3% en las operaciones matutinas, obligando a la empresa a ver cómo su valor de mercado caía por enésima vez este año. Durante la jornada, los títulos llegaron a bajar alrededor de 3,4 % en Nueva York, borrando miles de millones de dólares de capitalización, mientras el mercado en general (Nasdaq) subía ese día. En otras palabras, el golpe vino más por la incertidumbre política generada que por factores económicos del momento, ya que los inversionistas se enfrentaron al inédito escenario de un presidente atacando al liderazgo de una compañía emblemática.
El CEO de Intel, Lip-Bu Tan, hablando en un evento de la compañía. Trump lo acusó de tener intereses en conflicto por invertir en empresas chinas, desatando un escándalo político-corporativo que impactó la cotización bursátil de Intel.
Voces del sector financiero mostraron perplejidad ante la intromisión presidencial. Si bien algunos analistas próximos al gobierno aplaudieron la postura dura contra posibles influencias chinas, muchos inversores manifestaron preocupación por el precedente que podría sentarse. “No quieres a un presidente decidiendo quién dirige las empresas”, advirtió el gestor Phil Blancato, aunque matizó que la opinión de Trump “tiene mérito y peso” en el clima actual. La mera amenaza a la estabilidad directiva de Intel añade una capa de incertidumbre sobre la ya desafiante ruta de recuperación de la compañía. “Esto añade fuego político a un cambio de rumbo ya frágil, comentó Oscar Hernández, analista de Bloomberg Intelligence, señalando que los llamados a la dimisión de Tan “introducen una capa de incertidumbre que podría complicar la ejecución (del plan de reestructuración), especialmente mientras Intel intenta reajustar sus ambiciones de fundición y restablecer la confianza del mercado y de Washington”.
Intel y el propio Lip-Bu Tan, por su parte, guardaron silencio público en las primeras horas tras el embate de Trump. La compañía se limitó a reiterar, a través de un portavoz, que tanto Intel como su CEO están “profundamente comprometidos con la seguridad nacional de EE. UU.” y con la integridad de su rol en el ecosistema de defensa del país. No quedó claro de inmediato si Tan habría tomado ya medidas para desinvertir sus tenencias en empresas chinas señaladas como pedía el senador Cotton, pero Intel indicó que respondería las dudas planteadas por el legislador. Mientras tanto, el tablero quedó servido para un posible pulso entre el gobierno y la junta directiva de Intel: la Casa Blanca dejó entrever que Trump espera acciones concretas, aunque legalmente no puede forzar la salida de un ejecutivo en una compañía privada. Queda por verse si la presión política y mediática podría convencer al directorio o al propio Tan de que un cambio en la cúpula es necesario para apaciguar las aguas.
Intel, un gigante en aprietos en plena reestructuración
El episodio llega en un momento crítico para Intel. La empresa, fundada en 1968 y durante décadas orgullo tecnológico de EE. UU., atraviesa una de sus peores crisis competitivas. En los últimos años perdió el liderazgo en fabricación de chips frente a su rival taiwanesa TSMC, que se ha vuelto el mayor productor de semiconductores del mundo, y se quedó prácticamente fuera del boom de la inteligencia artificial dominado por Nvidia. Intel también ha cedido terreno en sus mercados tradicionales, centros de datos y computadoras personales a competidores más ágiles como AMD. Consecuencia de ello, su valor de mercado ha caído por debajo de US$100 mil millones (una fracción ínfima comparada con los US$4 billones que alcanzó Nvidia), y sus márgenes de ganancia se redujeron a la mitad de lo que solían ser en la época dorada de la empresa.
Este declive motivó un cambio drástico de timón a finales de 2024. La junta directiva de Intel despidió anticipadamente al anterior CEO, Pat Gelsinger, antes de que completara su plan de cuatro años para recuperar la delantera tecnológica. Gelsinger había trazado ambiciosos proyectos como abrir fábricas mega-fab en Europa y competir en el negocio de fundición fabricando chips para terceros, pero no logró avances suficientes y perdió la confianza del directorio. En su lugar, en marzo de 2025, los accionistas apostaron por Lip-Bu Tan, un veterano inversor de capital de riesgo con profundos lazos en la industria global de chips.
Tan asumió con la misión de dar un giro radical. Desde su llegada, abandonó gran parte de la estrategia de su predecesor y lanzó un agresivo plan de recorte de costos. Bajo su mando, Intel anunció que despedirá alrededor de 24.000 empleados en 2025, aproximadamente el 15 % de su fuerza laboral global para finales de año. Esto implica reducir la plantilla de 100 000 “empleados base” que tenía en 2024 a unos 75 000. Asimismo, Tan congeló o canceló proyectos de expansión de fábricas que estaban en marcha: Intel canceló planes de nuevas plantas en Alemania y Polonia, y decidió “ralentizar aún más” la construcción de una megafábrica de chips en Ohio, EE. UU.. “Estamos tomando decisiones difíciles pero necesarias para impulsar mayor eficiencia y responsabilidad en todos los niveles”, explicó Tan en un memorando a sus empleados, señalando que la empresa había “sobreinvertido” en capacidad de fabricación sin tener demanda garantizada. El nuevo CEO también enfatizó que bajo su liderazgo construirán nuevas fábricas “solo cuando los clientes lo necesiten” en vez de confiar en estrategias de “construye y ellos vendrán” que no funcionaron en el pasado.
Estas drásticas medidas de reestructuración reflejan lo que un analista llamó “un realismo corporativo más crudo” sobre la situación de Intel. La empresa se ha rezagado tanto que ni siquiera figura ya entre las diez mayores del sector de semiconductores. Con Tan al mando, Intel busca reenfocarse en sus negocios más rentables y desprenderse de divisiones no esenciales, a la vez que intenta recuperar competitividad en áreas clave como la fabricación de chips avanzados (foundry) y productos para inteligencia artificial. No obstante, este proceso de ajuste es delicado y está en marcha, de ahí que la intervención de Trump añadiera un elemento inesperado.
Es importante señalar que Intel no opera en el vacío: el gobierno de EE. UU. tiene intereses puestos en su éxito. La compañía es pieza central en los esfuerzos de Washington por reconstruir la industria nacional de semiconductores, y de hecho fue la mayor receptora de fondos federales bajo la Ley CHIPS de 2022, con más de US$8.000 millones en subsidios para levantar nuevas fábricas en Ohio y otros estados. Irónicamente, esas ayudas públicas vienen acompañadas de presiones: la administración Trump ha insinuado que utilizará la adjudicación de fondos CHIPS para exigir compromisos adicionales de inversión local por parte de las empresas beneficiadas. En ese contexto, la estrategia de Tan de recortar gastos y ralentizar proyectos podría chocar con las expectativas de la Casa Blanca. Un reporte de Wolfe Research citaba que forzar la salida de Tan podría ser contradictorio con la meta del propio Trump de acelerar la capacidad productiva de chips en suelo estadounidense. La situación, por tanto, es compleja: Intel se encuentra en medio de un delicado equilibrio entre cumplir sus promesas de expansión doméstica financiada por el gobierno y adaptarse a sus limitaciones financieras reales.
Impacto en Costa Rica: cierre de planta y temor económico
La onda expansiva de la crisis en Intel llega hasta Costa Rica, país que durante años ha sido un importante enclave de operaciones de la compañía. Intel tiene presencia en territorio costarricense desde 1997, cuando abrió una planta de ensamblaje y prueba de microchips que se convirtió en pilar de las exportaciones tecnológicas locales. Aunque aquella primera fábrica cerró en 2014 en un duro golpe para la economía nacional, Intel mantuvo en Costa Rica un centro de ingeniería, investigación y servicios. En 2021 la empresa reabrió operaciones de manufactura invirtiendo US$350 millones para aprovechar el talento local y la cercanía a EE. UU.. Sin embargo, apenas días atrás anunció que volverá a cesar la producción en Costa Rica como parte de su reestructuración global.
El 25 de julio de 2025, Intel comunicó oficialmente que trasladará sus operaciones de ensamblaje y prueba de chips de Costa Rica hacia instalaciones más grandes en Vietnam y Malasia, en busca de eficiencia y consolidación. La compañía aclaró que Costa Rica seguirá siendo un “centro importante” para Intel, conservando unos 2 000 puestos en áreas de ingeniería y servicios corporativos de más de 3 400 empleos que tiene actualmente en el país, pero las funciones manufactureras serán eliminadas gradualmente en los próximos meses. En esencia, Costa Rica perderá su planta de chips, quedándose solo con las oficinas de soporte e ingeniería.
El impacto local de esta decisión es significativo. Expertos estiman que el cierre de la planta costarricense conllevará la pérdida de unos 1.400 empleos directos altamente calificados, principalmente técnicos e ingenieros que operaban la línea de producción. Además, se verán afectados unos 4.500 empleos indirectos en outsourcing y proveedores locales que dependían de la operación fabril de Intel. Organizaciones empresariales de Costa Rica reaccionaron con alarma: “La salida de empresas de zonas francas no solo significa pérdida de empleos, sino que envía una señal preocupante a otros inversionistas que evalúan a Costa Rica como destino”, advirtió Ronald Lachner, de la Asociación de Empresas de Zonas Francas, instando al gobierno a tomar medidas para salvaguardar la competitividad nacional. La Cámara de Industrias de Costa Rica (CICR) calificó la planta de Intel como un actor clave del sector manufacturero avanzado del país, y de inmediato buscó entablar diálogo con la empresa: sus representantes se reunieron con ejecutivos de Intel el 29 de julio para entender a fondo las razones de la decisión y explorar opciones que mitiguen el impacto.
El anuncio de Intel coincidió con otras noticias preocupantes del frente empresarial en Costa Rica. Otras multinacionales como Pfizer y Qorvo también informaron reestructuraciones que implican recortes o cierres en sus operaciones locales. En particular, Qorvo otro fabricante de componentes electrónicos confirmó que cerrará por completo su planta en Costa Rica y trasladará su producción a Asia, mientras Pfizer notificó ajustes que afectarán empleos (aunque sin detallar cifras). Esta cadena de eventos encendió las alertas sobre la estabilidad del sector high-tech y farmacéutico costarricense, motores clave del crecimiento económico en años recientes. La Unión de Cámaras Empresariales (UCCAEP) del país lamentó la pérdida de trabajos formales y describió las salidas de Intel, Pfizer y Qorvo como “una señal de aviso sobre los desafíos estructurales que enfrenta la economía costarricense”. Los líderes empresariales han urgido al gobierno a emprender reformas para mantener a Costa Rica atractiva a la inversión extranjera, incluyendo mayor agilidad burocrática, mejoras en educación técnica, flexibilidad laboral y tarifas eléctricas competitivas. “Sin acción rápida, Costa Rica arriesga perder su ventaja competitiva y ahuyentar futuras inversiones, amenazando su estabilidad económica”, advirtió UCCAEP.
Desde el gobierno costarricense, aunque no ha habido pronunciamientos estridentes, trasciende preocupación. Intel por años fue el mayor exportador del país y catalizó el desarrollo de un pujante clúster de tecnología. Si bien la operación de Intel en Costa Rica seguirá existiendo con roles de ingeniería, analistas señalan que la decisión de recortar manufactura refleja una visión más dura de la nueva dirigencia de Intel respecto a sus sitios globales: en palabras del experto Juan I. González, “la operación de Costa Rica es muy sensible a este nuevo realismo corporativo, y ya nos estamos dando cuenta”. González sugiere que Costa Rica debe “revisar con urgencia su clima de competitividad” para evitar más salidas de multinacionales. Esto adquiere mayor peso ahora que la propia estabilidad de Intel podría tambalear si hubiera un cambio inesperado en su liderazgo a raíz de la presión política en EE. UU.
Un choque de política, negocios y efectos globales
El choque entre Trump e Intel ilustra las complejas intersecciones entre política y negocios en la era de la competencia tecnológica global. Por un lado, un presidente estadounidense, en su segundo mandato está dispuesto a llegar a medidas extraordinarias para alinear a las corporaciones con los intereses nacionales, incluso arriesgando polémica por intervenir en la autonomía empresarial. Trump ha redoblado recientemente sus políticas nacionalistas en materia económica: esta misma semana anunció su intención de imponer aranceles de 100 % a los chips y semiconductores extranjeros que se vendan en EE. UU., a menos que las compañías “fabriquen en casa”. Tales propuestas, junto con sus críticas a Intel, envían una señal clara de que la industria de chips es ahora un asunto de alta política. La administración Trump busca asegurar que la producción de semiconductores vitales tanto para la economía como para la defensa permanezca bajo control estadounidense, sin “caballos de Troya” de inversión china en puestos clave.
Por otro lado, la situación de Intel evidencia cómo las decisiones empresariales pueden tener efecto dominó internacional. Una publicación en Truth Social no solo movió el precio de una acción en Wall Street; también puso nerviosos a empleados en Oregón (donde Intel recorta 500 puestos), en Ohio (donde políticos hablan de posible investigación por retrasos en la fábrica) y en Costa Rica (donde la perspectiva de la empresa podría cambiar según quién esté al mando). Intel es una multinacional cuyos planes de reestructuración abarcan múltiples países, por lo que cualquier cambio abrupto de liderazgo o estrategia –ya sea la renuncia forzada de Tan o un giro en las políticas por presión gubernamental– podría reconfigurar sus promesas y compromisos globales.
De momento, Lip-Bu Tan sigue en su cargo, y no hay indicios claros de que la junta directiva de Intel ceda a las exigencias de Trump. Sin embargo, el daño parece estar hecho en términos de confianza inversora: las acciones de Intel han estado prácticamente planas en lo que va de 2025, tras desplomarse más de 60 % el año pasado, y este nuevo episodio añade dudas sobre el futuro de la compañía en bolsa. Los próximos días serán críticos. Analistas internacionales especulan que Tan podría intentar ganarse el respaldo público detallando un plan concreto para mitigar los lazos con China, o incluso que Intel podría anunciar la creación de un comité especial en su directorio para revisar temas de compliance y seguridad nacional, buscando calmar las aguas en Washington. Por su parte, Trump podría continuar utilizando a Intel como ejemplo de su mano dura frente a China de cara a la opinión pública doméstica, especialmente si ve rédito político en ello durante este inicio de su segundo mandato.
En Costa Rica, las autoridades y el sector productivo seguirán de cerca estos acontecimientos. La estabilidad de la operación local de Intel –ahora reducida pero todavía valiosa– bien podría depender de lo que ocurra en las altas esferas de la empresa en California y los pasillos del poder en Washington. Si la crisis de liderazgo en Intel se agrava, no se descarta que la corporación ralentice aún más sus proyectos o reconsidere inversiones, lo cual podría afectar a países pequeños altamente integrados en su cadena de valor, como Costa Rica. Por el contrario, si Tan logra permanecer y conducir exitosamente la transformación de Intel, Costa Rica podría beneficiarse de una eventual recuperación de la empresa, que mantendría sus centros de ingeniería como parte esencial del nuevo Intel enfocado en innovación.
En síntesis, la demanda de renuncia del CEO de Intel por parte de Trump representa un cruce poco habitual entre política y gran empresa, con repercusiones económicas inmediatas y ramificaciones que alcanzan a terceros países. El caso expone las tensiones de la creciente guerra tecnológica entre EE. UU. y China, al tiempo que sirve de recordatorio de la vulnerabilidad de economías como la costarricense ante las decisiones de jugadores multinacionales. Intel, un antiguo símbolo del liderazgo americano en chips, se encuentra ahora en la encrucijada: debe convencer a su propio gobierno de su lealtad y confiabilidad, al mismo tiempo que recupera el terreno perdido en la industria y mantiene la confianza de sus empleados y socios globales. Las próximas semanas dirán si la compañía puede sortear este vendaval político-corporativo o si, por el contrario, será arrastrada a una nueva fase de turbulencia que podría redefinir su futuro y dejar sentir sus efectos desde Silicon Valley hasta Centroamérica.