Durante décadas, el nombre de Pilar Cisneros Gallo evocaba la imagen de la periodista tenaz que, desde la sala de redacción y los estudios de televisión, cuestionaba sin titubeos a presidentes y ministros. Hoy, esa misma voz que exigía rendición de cuentas defiende desde una curul las políticas de un gobierno al que muchos consideran polarizante. Su transición del periodismo a la política ha sido tan fulminante como controvertida, una metamorfosis que ilustra la tensión entre el ideal fiscalizador y la lógica del poder.
Un Exilio Forzado y Nuevos Comienzos
Cisneros nació en Lima, Perú, en 1954. Su padre, Máximo Cisneros Sánchez, empresario y presidente de la aerolínea APSA, se vio obligado a abandonar su país tras la llegada de la dictadura de Juan Velasco Alvarado, que lo persiguió con procesos judiciales por supuesta evasión fiscal. La familia se exilió en Costa Rica en 1972, cuando Pilar tenía apenas 17 años. Aquí, mientras su padre reconstruía su vida, ella sentó las bases de la suya: se casó con el periodista Édgar Espinoza, tuvo tres hijos y obtuvo la nacionalidad costarricense.
Formación y la Pasión por el Periodismo
En la Universidad de Costa Rica cursó estudios de Comunicación Colectiva. Posteriormente, obtuvo una maestría en Periodismo de Investigación en la Universidad de la Florida. Aquella formación, que combinó la perspectiva local con herramientas internacionales, definiría su estilo: riguroso, incisivo y a menudo incómodo para los poderosos.
La Dama de la Fiscalización
Su trayectoria profesional se repartió entre dos trincheras mediáticas: el periódico La Nación, donde trabajó en varias etapas desde los años setenta, y Teletica Canal 7, donde condujo Telenoticias durante más de dos décadas. Fue en televisión donde alcanzó la categoría de figura pública de referencia. Su tono directo y su disposición para confrontar a los entrevistados le valieron una mezcla de respeto y temor en la clase política. No en vano, en 2013 fue nombrada la mujer más influyente del país, superando a la propia presidenta Laura Chinchilla.
“Siempre he sido la piedra en el zapato de los gobiernos”, diría en uno de sus últimos programas antes de anunciar su retiro, en agosto de ese año. Para muchos costarricenses, Cisneros encarnaba la independencia y la valentía del periodismo cuando este aún era visto como la principal herramienta para vigilar a los poderosos.
El Salto que Prometió Nunca Dar
Pero la periodista que alguna vez declaró que jamás entraría en política cambió de parecer. En agosto de 2021, cuando ya superaba los 65 años, aceptó encabezar la lista de candidatos a diputados por San José del recién fundado Partido Progreso Social Democrático, impulsado por Rodrigo Chaves, un economista outsider que prometía desmantelar las “viejas mañas” del establishment.
“Estoy harta de quejarme”, dijo entonces, justificando su decisión de abandonar la cómoda posición de crítica externa. El argumento parecía sencillo: si no se involucraba, el país podría quedar en manos de un populista.
Su candidatura se transformó en el principal activo electoral del partido. Cuando el PPSD logró resultados históricos en 2022, Cisneros obtuvo un escaño en la Asamblea Legislativa y asumió la jefatura de fracción oficialista. Quienes la habían seguido durante décadas vieron con asombro cómo la periodista se convertía, de pronto, en parte del poder que tanto cuestionó.
La Sombra de las Contradicciones
Con el nuevo rol llegó un costo: las acusaciones de incoherencia. La exfiscalizadora férrea pasó a defender con vehemencia al gobierno de Chaves, incluso cuando este adoptó un discurso hostil hacia la prensa, su antiguo oficio. Cisneros ha minimizado denuncias de posibles restricciones a la libertad de expresión, pese a que en otro tiempo esas mismas prácticas le habrían parecido intolerables.
Las críticas no han cesado. Entre las más resonantes figura su involucramiento en una investigación sobre presunto financiamiento irregular de campaña mediante un fideicomiso privado. Aunque no pesa sobre ella ninguna acusación penal, el hecho de que su nombre aparezca como “persona de interés” en un informe del Tribunal Supremo de Elecciones alimenta el argumento de quienes señalan que la fiscalización se diluyó cuando le tocó aplicarla a su propio entorno.
“Pilar, ¿dónde quedó su coherencia?”, le recriminó la diputada Johana Obando en el plenario. Para sus detractores, esa pregunta sigue sin respuesta convincente.
¿Defensora o Escudera?
Mientras el presidente Chaves ha llamado “prensa canalla” a los medios que lo cuestionan (incluyendo La Nación y CRHoy) Cisneros se ha sumado a ese coro, acusando a la prensa de actuar como oposición política. Lo que para unos es un nuevo ejercicio de su estilo combativo, para otros es la prueba de que el poder termina por doblegar incluso a los más aguerridos.
“No se puede pretender encarnar la pureza cuando se toleran las mismas prácticas que se denunciaban”, observó un columnista. En redes sociales, antiguos admiradores expresan su desencanto, mientras otros la defienden como una política que sigue luchando contra “mafias enquistadas”.
Un Legado en Disputa
Para algunos costarricenses, Cisneros es la voz que decidió dejar la crítica y comprometerse con la transformación del país desde adentro. Para otros, es el ejemplo más acabado de cómo el poder es capaz de absorber hasta a los más severos fiscalizadores.
Hoy, la imagen de Pilar Cisneros divide. Su historia, sin embargo, deja planteada una interrogante tan incómoda como inevitable: ¿puede alguien fiscalizar con la misma severidad cuando ocupa la silla que antes escrutaba? El tiempo dirá si la periodista convertida en diputada logra reconciliar su pasado con su presente, o si terminará recordada como una evidencia más de que, en la política, las convicciones suelen ser el primer sacrificio.
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